Estos días he estado navegando por la red para encontrar foros de discusión política con el fin de madurar mi ideología y reforzar mis principios. Desde siempre me ha interesado plantear mis argumentos, mis ideas de cómo desarrollar una sociedad civil, y por ello siempre he intentado poner en común o en diferencia ideas con otras personas, así como encontrar agrupaciones medianamente neutras que me lo permitan.
Cuando era pequeño solía asombrarme lo poco que le interesaban los temas públicos a las personas de mi entorno, exceptuando a los adultos. De hecho, mi gran sueño era poder crecer para aprender de ese modo a desarrollar y a enriquecer mis inquietudes como individuo en este ámbito. La verdad es que he ido desarrollando un enfoque algo “peculiar”, pues en casi todo momento he discrepado de los principios de las mayorías representativas, y eso me ha situado en una posición de desventaja con respecto a otras agrupaciones políticas, pero al mismo tiempo me ha enseñado a tener mis propios principios y valores.
Lo que parece, según he podido comprobar, es que esos principios y valores suelen carecer de lógica, o solían en mi caso hasta que descubrí que el resto de la sociedad toma posturas radicales a la mínima de cambio. Digamos que España, más que un país bipartidista, está acostumbrada a ser un país dividido, y esto no se debe a la crisis, sino a la propia mentalidad gregaria que nuestros dirigentes nos han ido inculcando, seguramente desde la mejor intención.
Y por eso es que en los debates sobre la actualidad política, los ciudadanos juegan a ser diputados. Tan poco desarrollada está la sociedad civil que una gran parte de los individuos de este país aspiran a ser monarcas absolutos, supresores de derechos y libertades, decisores sobre las libertades ajenas. ¿A esto hemos llegado?
La democracia es, desde luego, la única vía para el desarrollo de la sociedad civil, pero una sociedad dividida difícilmente va a ser capaz de decidir por sí misma. Ésta es la explicación sobre los vaivenes políticos de la juventud y la ceguera fosilizada de las generaciones más mayores. A menudo acostumbramos a definir principios como propios; y bien, en el momento en el que una ideología aboga por una serie de intereses, al resultar opuesta a la otra, la persona se traslada de un punto a otro, sin ser capaz de optar por una amplia perspectiva que le permita abordar desde su personalidad una ideología propia.
La receta contra este “absolutismo democrático” debe ser, desde luego, un centrismo real; diferente a los centrismos de izquierda y derecha que actualmente tiene este país, pues ello favorecería una reafirmación más sólida de los valores que ambos partidos defienden, y permitiría al ciudadano llegar a un consenso consigo mismo, y de paso reforzar la representatividad democrática.