miércoles, 7 de marzo de 2012

De sociedad, libertad de asociación y empresa

A quienes culpan a la empresa de "diversas crisis"

Parece que la inteligencia ha provocado siempre un rechazo sistemático por parte de la sociedad. Decía Nietzsche que el individuo vive en duelo constante con la tribu, y quizás sea esta la clave de la reflexión que al respecto me hago, pues tachar de antisocial a quien no se conforma con algo que no sea la libre elección es cuanto menos equivocado, pues no hay ser más amante de la sociedad que un liberal, no les quepa duda.

La libertad de asociación es lo que más problemas plantea al respecto, pues parece un insulto dicho desde un Anticristo egoísta y malévolo cuestionar el dogma que califica desde “la izquierda” la fría irracionalidad de “la derecha” en abstracto, para luego matizar trotskismos, leninismos y maoísmos sin ningún tipo de contemplación. Pero es que la matización es, cuanto menos, adecuada, pues es la mejor forma que tiene la retórica de dinamitar monopolios ideológicos, pudiendo de un modo utópico aproximarse cada vez más a la osada idea de considerar la individualidad de los componentes del colectivo, pero supongo que esa reflexión movería océanos de masa, y no precisamente positivos.

Además de este derecho, es natural que el derecho de propiedad también juega un papel crucial al respecto, pero eso en principio no debería plantear tantos problemas, pues es la esencia última de todos los derechos fundamentales, y éstos “parecen” ser acatados por todos en abstracto. El breve repaso no es más que una repetición de reflexiones más que trilladas, pues al fin y al cabo es el ser dueño de uno mismo lo que nos confiere la inviolabilidad de nuestro ámbito, y esto no debe conocer límites a lo que de forma completamente natural se adquiere, como fruto de acciones que “en sociedad” nos proporciona la armónica compensación que sólo la voluntad no discriminatoria de todos y cada uno de los componentes puede otorgar, hasta ahí queda clara mi línea.

Y es precisamente esto lo que se conecta necesariamente con la libertad de asociación, porque la auténtica naturaleza del intercambio patrimonial es precisamente eso, social, y por ello la cooperación puede convertirse en un proyecto de materialización de los intereses, y su forma es la sociedad, que si desdemonizamos el tan envidiado lucro se puede entender como cualquier tipo de sociedad, una asociación de individuos libres e independientes que deciden cooperar para la persecución de un fin determinado. La pertenencia a un Estado o a otro no es fruto de nuestras decisiones particulares, no es algo “nuestro” al fin y al cabo, pero en muchas ocasiones se pretende desde la moralidad obligarte a la exclusividad con éste, anulando la racionalidad y convirtiéndote en lo más deplorable de este mundo, un objeto de comercio y de exclusiva explotación, cual amante celoso y posesivo, el Estado.

Es por ello que como liberal no defiendo la pobreza, tampoco soy clasista ni amigo de los banqueros, de hecho creo firmemente en el principio de igualdad y en el derecho que todos tenemos a ser tratados por igual, con respeto máximo a nuestras diferencias, y es quizá en esto en lo que muchos discrepan. Ser diferente no es sinónimo de ser antisocial, esto debería quedar muy claro, porque ser diferente es algo positivo, algo que debería ser reconocido y apreciado por todos, pues es en la nobleza de quien tiene el arrojo para enfrentarse a un mundo que cercena con la mirada la cabeza del individualista quien está realmente capacitado para relacionarse sin ningún tipo de miedo o complejo, es por ello que, lejos de ser sinónimo de antisocial, ser liberal supone absolutamente lo contrario, ser un ser extremadamente social, tan social que no tiene problemas a la hora de asociarse, de relacionarse, pero el estigma de la “demonización” colectiva acecha.

Tildar, uniformar, planificar y proyectar la Historia es, por el contrario, casi tan pretencioso como una película de Christopher Nolan, y profundamente antisocial por ello mismo, pues quien sólo tiene ojos para su seudo-ciencia y para sus decimonónicos principios, olvidándose de lo que son, por su naturaleza, auténticos derechos subjetivos, está condenado al fracaso o a la tiranía, y haciendo mías y en paráfrasis las palabras de Rousseau, digo que quien sólo tiene ojos para gentes opulentas o pordioseros, ha condenado la libertad y ha condenado el progreso de la civilización misma, he dicho.

domingo, 12 de febrero de 2012

¿Hay Derecho?

Juventud, divino tesoro; ¿de qué te sirve cuidar tu derecho a existir, tu derecho al futuro? ¿De qué sirven los sueños, la incertidumbre y la certeza del éxito? Cuando tus mayores te quitan la sonrisa de un plumazo, para decirte que no estás curtido en las mil batallas, no en las necesarias para ser un Senador romano, tampoco en las necesarias para ser Presidente de los Estados Unidos, ni para poder trabajar y no votar, tampoco para encontrar empleo, que sí para estudiar sin parar hasta ganar los cuatro duros que te van a pagar, que sí para poder “opinar” sobre cosas “de las que no tienes ni idea”, que sí para formar una familia cerca de los cuarenta; y me digo: ¿Hay derecho?

Entre Fragas y Carrillos, anécdotas de las historias que contaban padres y abuelos, supongo que se sentiría cualquier joven incauto en los años veinte por no haber vivido (y sufrido), la guerra de Cuba. Los políticos de hoy día hacen eso, apelan a tu tradición familiar o religiosa y se cuelgan la medallita del bando totalitario que más les guste: o rojo o facha (¿no suena a moros y cristianos?). Pero que no se nos ocurra mencionar eso, qué simplistas somos, es cierto que las “políticas” de nuestro país son más “centradas”, se alejan de los antiguos estereotipos y condenan marxismos, franquismos y dogmas varios, pero no es menos cierto que les “mola” eso de invocar a sus muertos para que se peleen, al fin y al cabo aquí cuanto más viejo más chachi piruli te vuelves, y si puedes hablar de “esa época que todos recordamos” en clave de fa, mejor que mejor; mientras tanto los británicos podrán enorgullecerse del resurgimiento del liberalismo democrático, tú aprenderás inglés, ellos te dirán que está muy bien que aprendas inglés pero luego cobrarás una décima parte de lo que ellos, en prácticas, hasta que ellos se mueran y dejen un puesto vacante de ésos que mantendrán-por los siglos de los siglos-mientras pasas la menopausia en el mismo baño en el que te pusiste tu primera compresa. Es desesperante ver cómo no puedes hacer nada, cómo los ves hacer el ridículo con sus argumentaciones paleolíticas mientras pretenden confundirte, alienar tu conciencia social para mandarte a freír espárragos literalmente, al fin y al cabo la representatividad tiene poca coba y lo único “diferente”, o cede al chantaje o termina por “cambiarse de bando”.

Es que hoy día el mundo es de los hijos de la Transición; sí, de aquellos que vieron a España resurgir de sus cenizas de forma milagrosa, quienes por artificio cuasi-divino confeccionaron la sacrosanta Constitución, de la cual nosotros ni hemos tenido ni tendremos nada que decir, al fin y al cabo es obra y gracia de unos cuantos iluminados que tuvieron que esperar a que un señor dictador se muriera para decir lo que todos estaban pensando. Porque me paso el día estudiándola, de arriba abajo, leyendo miles de sentencias de un Tribunal Constitucional que consagra como “único” un Estado Autonómico que, como casi todo en este país, quiere ser federalista pero no se atreve a decirlo (por miedo a Franco, por supuesto); tampoco se atreve a decirme si me puedo casar con quien yo quiera o si mi amiga la preñada va a tenerse que ir a Londres a que le “asesinen” su feto de cuatro semanas, porque eso es mucho menos importante que las cámaras de vigilancia de “El Corte Inglés”, ¿dónde va a parar?

¿Hay derecho? ¿Qué sentido tiene llenarse la boca de solemnidades, de palabras bellas y retorcidas? ¿Qué sentido tiene presumir honor, dignidad o algún ejemplo similar, cuando se desprecia al que simplemente ha decidido ser diferente, o simplemente poder labrarse su propio futuro sin resignarse a una distopía orwelliana? Si por ellos fuera deberíamos callarnos, someternos a la voluntad del prefijado poder constituyente del que se nos ha privado la parte. Somos hijos de nuestros padres y es eso lo que nos condena, la lucha constante contra nuestro pasado. La diferencia es que nacimos el año en que cayó el Muro de Berlín, no vivimos una guerra, afortunadamente, y tampoco tenemos pensado vivirla; no sabemos si esto con Franco pasaba o no pasaba, ni nos importa, porque Franco está muerto y nosotros estamos vivos, tan vivos que no podemos evitar retorcernos en nuestras cunas con la marca del Gobierno, sollozando libertad y pataleando a diestro y siniestro.

Por eso hoy digo que no hay derecho, no lo hay porque no es “nuestro” derecho, sino el derecho de quienes tuvieron la gracia divina de atragantarse con sus cojones aquel veintitrés de febrero, aquellos que pretenden embelesarnos con sus historias sobre la inédita (e irrepetible) historia de su juventud. Porque para ellos no somos más que inconscientes, ilusos y patéticos, y es por ello que se sienten con el derecho a someternos a su yugo, a ponernos a agitar banderas a cambio de la ilusión de llegar adonde, ellos lo saben, jamás llegaremos por ese camino. Nos están robando nuestro futuro desde sus tronos de cuero tachonado, estamos pagando la mariscada que se comieron a cambio de las migajas de pan que se quedaron sobre el mantel, y todavía se atreven a decir que es lo que nos merecemos.

No hay Derecho.

miércoles, 8 de febrero de 2012

La orientación sexual y la (maravillosa) sociedad de consumo

El sexo ha sido siempre una realidad omnipresente en la sociedad occidental; y no hablo del maravilloso esplendor de la libertad sexual, sino más bien de la inquisitiva mirada de quien con su absurda moralina se esfuerza por censurarlo. Día tras día contemplamos atónitos la ruralidad de nuestro medio social más cercano, escuchando relacionar a mujeres con la prostitución (en un sentido peyorativo, por supuesto, pues dudo que estén a favor de la regularización de la misma), chismorreos sobre embarazos, tragedias ajenas y suficiencias morales varias. El rechazo moral de la homosexualidad, a este lado del globo, ha experimentado en cambio una profunda transmutación en los últimos años, hasta que, hace dos días, un gran cargo político de este país, el actual Ministro de Justicia, y de un sector ideológico conservador bastante característico, se atrevió a decir públicamente por primera (o segunda) vez dentro de su partido, lo que muchos pensamos y algunos quieren pensar, pero necesitan que su párroco les dé su beneplácito.

Para quienes hemos tenido el valor de dar el salto, la orientación sexual es uno de nuestros grandes hitos personales, no porque sea el único rasgo individual que nos define, como en no pocas ocasiones y desde fuera se nos ve, sino porque es una lucha constante; primero contra nuestro pequeño mundo y después contra la gran selva que es el siguiente. Es por ello que coincide el momento de mi gran victoria con el de mi más absoluta plenitud, y esto me confiere valor y coraje como para poder continuar escribiendo que, lejos de tolerar la alienación política que se me ha querido dar, me siento orgulloso de poder expresarme libremente, y de avanzar día tras día por este tortuoso camino que, sin duda, me llevará a la felicidad a través de un individualismo que, poco a poco, se va pudiendo conjugar con el resto de la Humanidad.

El progreso no tiene en realidad signo político alguno, haciendo mío el dicho de “gilipollas hay en todas partes”, y es éste el principal argumento en contra de la concepción social en grupos, al fin y al cabo nada puede garantizarte que en ese partido con el que te identificas (yo no, desde luego) o en esa religión que profesas (tampoco), no pueda existir alguien que te quite las ganas de tener ideas o creer en cualquier cosa. Yo desde luego y personalmente me considero un hombre de ciencia, y es poco científico es aquello que quita los pies de la tierra, con esta cantinela es con la que tengo que hacer la gran excepción a algunos de mis principios, pues es muy cierto que mil voces suenan más que una, y sensu contrario son las mil voces las que amplifican una sola, y no por ello tiene que ser más o menos cierta, como la Historia ha tenido a bien demostrarnos.

Pero ¿es a la ciencia? ¿Es a los grupos sociales? En primer lugar es interesante la valoración científica, pues la presencia que ha tenido la ciencia en la sociedad de hoy día ha marcado toda una era, una era que por otra parte ni ha tenido ni tendrá precedentes, de ese derecho de propiedad histórica se puede asegurar Bill Gates, eso desde luego. Pero no es la ciencia la madre del progresismo en realidad, pues las dos grandes épocas de revolución tecnológica han venido seguidas y precedidas por intolerables guerras. Tampoco los grupos sociales, pues las mayores “revoluciones” se han dado siempre antes de imperios, dictaduras y violencia variopinta, al fin y al cabo las armas no traen nada bueno, pues facultan a un individuo para volarle la cabeza a su prójimo y eso no está nada bien, en eso sí que estoy de acuerdo con Jesucristo.

La voz de las minorías es algo tan precioso como característico de la civilización occidental, empezando por el despliegue de los medios de comunicación hasta llegar a mi propio blog, en el que yo, minoría absoluta, escribo sobre lo que pienso, sin ser ningún emérito ni nada y sometido a la crueldad de la responsabilidad dialéctica, pues si alguna vez alguien me comenta es únicamente para decirme que he escrito mal algo en alemán (sí, jamás aprenderé ese idioma del demonio aunque naufrague durante diez años en una isla desierta con Angela Merkel). Volviendo al caso, resulta característica esta voz que tenemos las minorías, ya que en muchos lugares y tiempos en los que nuestra especie ha vivido esto no se ha dado jamás, si bien es cierto que existen antecedentes meramente antropológicos que nos hablan de tradiciones sobre valores que en nuestra cultura se han venido considerando como “inmorales”, no lo es menos que esto del control social se ha venido expresando durante la mayor parte de nuestra Historia, y quizás sea ésta la semilla de la discriminación.

Y es curioso que, en los tiempos que corren, en los que el capitalismo es tan malo como el mismísimo demonio y el responsable de todas las miserias existentes en el mundo, se haya alcanzado un nivel de tolerancia sin precedentes. Pero por una vez no accederé al proselitismo, al fin y al cabo son los grupos (grupistas) existentes dentro de nuestra civilización los que han logrado la progresiva defensa de los intereses minoritarios (por eso de la voz cantante y tal y cual), en base a una misma idea: la tolerancia, tarde o temprano, termina venciendo. Termina venciendo y vendiendo, pues es triste y cierto que posiblemente las T.A.T.U. hayan logrado más por el colectivo homosexual que Harvey Milk, y sin ser siquiera lesbianas: ellas también se merecen un aplauso, desde luego.

La sociedad de consumo es definitivamente complicada, a veces puede parecer injusta y contradecir nuestros principios más profundos, pero al final uno le termina cogiendo cariño, no por nada sino porque sin ella no podríamos quejarnos, no podríamos expresarnos, ni podríamos siquiera desear matarla algunas veces. Es por ello que la sociedad de consumo es como nuestra madre, un ser que nos saca de quicio en no pocas ocasiones pero del que formamos parte de forma irremediable, y a medida que van pasando los años se le va cogiendo cariño, a ella y a su peculiar forma de saber siempre lo que quieres, dártelo y callarte la boca como a un niño chico. Un día quise derechos y me los dio, el otro día el Papa se metió conmigo, pero estoy seguro de que sabrá protegerme e irá a pegarle una buena paliza.