Si algo existe en nuestra Historia que deba ser reconocido como un auténtico movimiento conciliador entre las masas, ése es el constitucionalismo. Es simplemente cuestión de mirar atrás, imaginarse a un veinteañista como Mendizábal enfrentarse a las fauces del absolutismo monárquico, a una propiedad moral cristiana basada en la anulación del individuo. Sin embargo hoy me apetece más hablar de feminismo, un movimiento que, en esencia, guarda los principios del constitucionalismo liberal más puro.
Cuando los ilustrados hablaban del individuo, se referían al hombre como individuo, y hoy día cuesta visualizar la suma reverencia que se les tiene a los iluminados de este mundo, que prefirieron dejar en su casa a sus mujeres, damas puras y elitistas que durante mucho tiempo han sido condenadas a ser la sombra de sus varones. Y es que la esencia del individualismo consiste en acabar con ese principio tradicionalista, esa relegación “natural” impuesta por los sectores más rancios de la sociedad pasada y, por desgracia, aún presente.
Referirse a “sociología de género” nos lleva inmediatamente a hacer la distinción entre éste y aquél, la consideración de la mujer como individuo y no como hembra ha llevado a muchas feministas, del sector más exaltado del movimiento, a rechazar el género a favor de un sexo que debe imponerse y legitimarse a través de la misma función natural. Sin embargo, la concepción al respecto de las feministas liberales ha sido bien diferente: para el individuo no es relevante la biología sino la supremacía del género humano.
Por ello conviene hacer una profunda reflexión de la situación de la mujer en relación a los derechos fundamentales, y más concretamente en relación al principio de igualdad ante la ley e igualdad de oportunidades, ¿si de verdad es la mujer igual al hombre por qué se tiene en cuenta la morfología genital a la hora de enfrentarse abiertamente a la sociedad? El enfoque que desde aquí damos al Derecho es una clara preferencia de respuestas: ¿es el ordenamiento jurídico el que debe enfrentarse al problema o debe ser la propia mujer la que se integre en él?
La soberanía personal incluye, naturalmente, una libre capacidad de llevar a cabo un modo de vida determinado, elegido en términos de libertad predominantemente negativa y parcialmente positiva a favor de una determinada identidad, alejada por completo del plano profesional, o al menos así debería ser. El enfoque político que debería dársele atendería, en este caso, a un liberalismo social al más puro estilo de Rawls; con un especial toque de Ayn Rand, que viene al caso, en tanto en cuanto la auténtica base del poder constituyente debe ser la paz social, de aquí sacamos dos preguntas tras el “velo de la ignorancia”: ¿Constituye una diferencia en términos sociales e intelectuales la morfología sexual? ¿Está legitimada la violación por parte de personas, institucionales o no, hacia el principio de igualdad tomando como referencia una respuesta positiva a la primera pregunta?
Parece una cuestión de fácil respuesta: sin embargo, la religión y la tradición han hecho de ésta un auténtico galimatías, que en mi opinión constituye una de las más aberrantes lacras sociales que aún perviven en nuestra cultura. Ahora bien, diría Ayaan Hirsi Alí, ¿qué define la cultura occidental? ¿El respeto reverencial por la tradición o la asimilación de valores liberales y democráticos en pos de construir un futuro carente de arbitrios discriminatorios? En mi opinión, Occidente es esto último, y si se pierde poco nos queda de lo que podamos sentirnos orgullosos como civilización.
Es pues, materia de poder constituyente el hecho de que hoy día las instituciones públicas sigan contemplando la “desigualdad tradicional” mientras predican desde los Gobiernos una igualdad positiva de aplicación infraconstitucional. Las raíces del constitucionalismo son puramente individualistas, puramente liberales y ajenas a toda clase de discriminación que esté relacionada con el estilo de vida que uno decida libremente. Y es que es éste el problema del machismo: no es que la mujer esté discriminada, es que sólo aquella mujer ajustada a los patrones de la moral social, relegada al plano de “lo femenino”, es aceptada como individuo libre e independiente dentro de esta sociedad. Y el problema es que “lo femenino” priva al individuo de credibilidad, de seriedad, lo aleja de la toma de decisiones.
Por ello, pienso que hay motivos más que de sobra para aborrecer el género asociado al sexo biológico, pues la potencialidad de una mujer como individuo es la de un individuo en sí, sin importar sus rasgos externos. Lo que la sociedad juzga es una imagen, y para liberar la mente es necesario ser capaz de ver el individuo dentro de cada uno, sin importar las circunstancias personales o sociales que lo vistan. Y no hablo de neutralidad en las formas, pues uno de los grandes principios del liberalismo es la libertad para vivir según las formas que se prefieran, se sea hombre o mujer, feminista o tradicionalista, eso no lo discuto; sin embargo nuestra sociedad debe superar ese complejo de Edipo que aún le ata al Rapto de las Sabinas.
Al igual que la homofobia es cosa de heterosexuales, y citando a Simone de Beauvoir, el problema de la mujer siempre ha sido un problema de hombres; es obvio que la consideración de individuo o el sometimiento al “macho” será producto de una “moderada” libertad de opción, sin embargo en el segundo caso existe una relación histórica de dominación. El mayor enemigo de la mujer, en palabras de Betty Friedan, es su abnegación, y de este modo el bloqueo de sus logros, de su vitalismo, de su desarrollo individual, y dicha abnegación, a menudo, viene provocada por una sociedad de hombres y mujeres machistas, que sufren el drama hasta su máximo exponente.
Por eso mismo hoy me alejo de la política y del constitucionalismo para mostrar mi indignación ante tal resquicio, la forma que tengo de aborrecer el género como un dato socialmente relevante. Para el individuo son cruciales los límites hacia su persona, y el hecho de que resulten vulnerados a través de meras y absurdas tradiciones, de meros usos y concepciones abstractas revelan que, aún hoy día, sigue existiendo un gran camino que recorrer al respecto.
