jueves, 27 de enero de 2011

Justicia

Balanza y espada, mediatriz aristotélica del estrecho segmento que une el bien y el mal, la pareja de baile del virtuoso y la pluma que pone al corazón en entredicho en el Reino de los Muertos. La trompeta que anuncia el “Dies Irae” de un Dios ávido de sangre humana, las fauces de un Saturno que devora a su prole en su afán enfermizo por devolver el polvo al polvo, el mayor desafío a la madre Naturaleza, voces apesadumbradas que claman sentencias de ángel para esconder su corrosiva sed de venganza.

Justicia reclaman los muertos, también quienes no son capaces de contemplar inertes cómo alguien de su especie puede quedar impune por algo que jamás harían. La justicia es la excusa que se da para sancionar algo que se podría haber hecho de otra forma, es la expresión de la soberbia global, que con las manos manchadas de la sangre necesita escuchar que todo ha acabado, al fin y al cabo se ha hecho justicia.

¿Pero qué es justicia? ¿Acaso puedo explicar su significado en otros términos? Día tras día escucho alusiones a esta palabra, escucho a múltiples personillas gritar este término, acudir a su empleo para expresar sus ideas y, a menudo, ofendiendo a otros. Estudio los mecanismos que tiene mi sociedad para ejercerla, me maravillo incluso con el significado que ha obtenido a través del arte, de la historia, del pensamiento, pero a quien osa ofrecerme un significado unívoco de esta palabra suelo llevarle la contraria, ¿por qué? Simplemente porque nunca termina de convencerme.

Pero más allá de un irreverente escepticismo que podría pasar por positivista de estar escrito en el tono del maravilloso Kelsen declaro que me parece igual de arrogante acudir a la justicia con ese tan cuestionable fin que presumen tener los que la emplean como paladines de la Verdad como contentarse con una postura endeble que simplemente invoca a la realidad para analizarla y nunca para cuestionarla. ¿Valores supremos? El entredicho de Platón debe ser, desde mi punto de vista, un contraargumento a través de la inmanencia de sus “Ideas” con mayúsculas y entre comillas, porque si de algo peca este clásico no es de lo que pecó su maestro.

No es que con este tipo de insinuaciones esté atacando ni cuestionando la democracia, de hecho no es ni mucho menos personal decir que la política es un factor plenamente determinante en la idea de justicia, al menos así se nos aparece de un modo bastante discreto y divertido, al menos si se sabe superar el filtro de la moralidad y del “esto es intolerable” tan propio de cada uno de nosotros. Por ese motivo consideramos el “principio de igualdad” un avance determinante en nuestra sociedad, uno de tantos que nos proporcionan esta felicidad relativa en la que estamos tan felices, pero también debemos ser críticos y no contentarnos con la joya de la comodidad del sofá del Bienestar, debemos ir más allá y “hacer justicia” donde no podemos, es entonces cuando nos damos cuenta de que pensamos que tenemos la última palabra simplemente por estar “bien”, ¿apoyamos entonces la tesis de Platón de forma deliberada? ¿Estamos de acuerdo en engañarnos a nosotros mismos y a los demás para hacerles creer que nuestro punto de vista es el más justo y, por tanto, el mejor y más feliz?

La justicia es un invento, una presunción de autoridad que nos permite inmiscuirnos en todos los aspectos de la vida del que infringe los usos sociales que aceptamos sin rechistar, pero está claro que al pensar que “somos justos” nuestra autoestima se alegra tanto que como ciudadanos nos sentimos comodísimos convenciéndonos de que lo somos, por ese mismo motivo es posible que dos personas en posturas plenamente opuestas estén igualmente “capacitadas” para resolver todos y cada uno de los problemas de este mundo “a su manera”, sin reparar en que posiblemente esas ideas se las hayan escuchado a otra persona. Por eso no importará que la Justicia porte una balanza, podría confundirse con un simple tendero, blandirá una espada reluciente y omnipotente capaz de cortarle la cabeza a todo aquel que no la obedezca. La Justicia es tiránica, soberana, es la consorte del Poder.

¿Y hoy? ¿Junto a quién está la justicia? El vaticinio de la democracia pudo ser o no satisfactorio, pero desde luego es palpable que la opinión de cada uno de los ciudadanos es tan importante como la de un Critias de la Atenas de Pericles, siempre y cuando tenga buenos pulmones. Desde luego Kelsen estaba en lo cierto al presentar el relativismo moral como pluralidad y base del propio Estado democrático, cada uno de los seres humanos debe tener voz y voto, ya que estamos capacitados para tomar nuestras propias decisiones, es una determinación bastante simple y aparentemente justa, pero es extraño que no se haya configurado plenamente hasta ahora, con lo fácil que parece. Pero bien es cierto que quien esté lo más mínimamente interesado en política puede padecer vértigo o histeria al contemplar en qué se traduce la filosofía contemporánea.

Que no digo que todo sea una red de pensamientos llena de nudos, pero sí pienso que esto del relativismo moral es un fenómeno que ha surgido a partir del cuestionamiento y del avance doctrinal en todos los campos. Como la Ciencia no puede ser dogma ya no hay nada claro, Dios ardió en la hoguera y ahora nos sentimos incómodos mientras escuchamos a nostálgicos clamando por el “pensamiento único” y sólo se escucha la voz del que grita, y la isonomía pierde fuerza simplemente porque la fórmula de la isegoría se olvidó del respeto hacia las personas. Y claro, todo esto serán lamentos de alguien asolado por los medios de comunicación, sin embargo el ser democrático queda expuesto a juicio del pesimista, que contempla cómo la vida en conjunto, rendida a la comodidad utópica de una masa sedienta de cambio sí que puede ser injusta, pero todos sabemos que la cicuta es para los cobardes.

¿Por qué? ¿Por qué me empeño en desguazar mis propios pensamientos? La verdad es que en este tema no existen. La justicia como entelequia de la política y del modo de gobierno presupone una legitimación directa al Estado para administrarla, es simple tono, pero no deja de incurrir en una pregunta que me lleva rondando por la cabeza un rato: En el mundo de las justicias, ¿es posible llevarle la contraria a alguien? A menudo me da la sensación de que para ser políticamente correcto debo respetar todas las opiniones por igual, pero yo creo que hay aspectos de “mi” justicia que tienen más peso que aspectos de la justicia de otros, valores que yo considero más importantes y que me gustaría imponer frente a otros valores para otros importantes pero para mí perjudiciales.

Ante la impotencia de la voz silenciada, de la repulsión producida por personajes deleznables de los medios de comunicación, de extravagancias y lujos que denigran la labor del pensamiento para dejarse poseer por el espíritu del consumo, no es justo. Tampoco es justo que las doctrinas religiosas trasnochadas ejerzan sus influencias mientras predican un “no juzgues”, como bien afirma el alemán en su ensayo, y olvidan que hacen daño a otras personas, no es justo. ¿Qué es justo? Podría pasarme la vida imponiendo mi justicia, pero eso tampoco sería justo, ¿es justo que la imponga la representación popular, la soberanía nacional que se emana del pueblo pero que a veces hace más daño que la naturaleza misma? Pues no sé si será justo, si hablo de lo que me parece justo tampoco será justo, sólo puedo decir lo que me parece injusto y encima caerá en saco roto porque no tengo autoridad alguna para hacerlo.

No podemos determinar si el Estado es justo o injusto, podemos pensarlo o no pensarlo, al fin y al cabo y como dice Kelsen, la justicia es una cualidad posible, pero no necesaria, esto puede aplicarse a cada uno. El Poder existe, la justicia no tiene por qué, es obvio que un asesino motivado por su propio sentido de la justicia no piense que el Estado hace bien al reprimir sus acciones mediante pena y así miles de personas erigirán un monumento al relativismo moral cada uno con su visión distante de lo bueno y lo justo. Lo que sí podemos es asegurarnos de defendernos, defender nuestros intereses y hacer todo lo posible para que, aunque las cosas no sean justas, que al menos no sean injustas para nosotros mismos.

Luego está Kant, siempre está Kant, dándonos una lección a todos, sin decir qué es lo justo pero diciendo cómo tenemos que comportarnos, haciendo uso de su bendita civilización. Ahora se te olvida y se hace imposible la comunicación porque, aunque hablemos el mismo idioma, no nos podemos entender porque nos empeñamos en que nuestra opinión vale más que la que cualquiera. La justicia de hoy en día consiste en la expresión desmesurada y deliberada de la falta de autoestima de alguien que dice su opinión en un momento determinado, deberíamos psicoanalizarnos antes de ponernos a definir.

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